El otro día me apunté a clases de repostería creativa. Bueno, lo del plural es un decir, solo fue una sesión, pero en teoría el concepto parecía claro: aprender el noble y delicioso arte de la preparación de dulces postres caseros. Odio cocinar pero me encantan los postres. ¿Hay algo más bonito que aprender a hacer algo que odias para conseguir aquello que más deseas?
Pues nada, empezamos la primera clase, nos abrochamos el delantal y, ¡oh sorpresa!, nos pusimos delante de los fogones para cocinar unos macarrones al pesto. Que los cabrones estaban muy buenos, no lo voy a negar, pero nunca presentaría esos macarrones como un postre en ningún lugar del mundo. Bueno, no pasa nada, todo sea aprender cosas útiles para la vida. Continuemos con el curso.
En la segunda hora hicimos una especie de brownie que tenía apariencia de brownie, textura de brownie, hasta olía como un brownie, pero en realidad estaba creado a partir de combinar lo que sería una ensalada de toda la vida junto a la comida que suelo comprarle a mi canario solapado y condensado en una argamasa parecida a un pastel. Bueno, nos estábamos acercando pero después de un buen rato de clase aún no había hecho ningún puto postre.
El resto de horas de las clases que impartimos aquel día las gastamos repasando la historia de la repostería, cantando canciones al Monstruo del Espagueti Volador y, al final, construyendo una pequeña cabaña a partir de unos simples palés y unos deshechos consistentes en los envases de yogurts caducados y tetrabriks. El curso, en realidad, no estuvo nada mal ya que aprendí un montón de cosas muy útiles para mi vida. Por desgracia, si tengo que valorarlo como un curso de repostería podría considerar que quien concibió ese puto plan de estudios podría morir dilapidado en plena plaza mayor del pueblo.
Y ¿por qué coño he explicado todo este absurdo punto? Pues porque el puñetero libro Fantasmas del escritor Joe Hill es exactamente lo mismo que mi curso de repostería creativa. Porque si el puto libro de relatos de terror no es un puto libro de relatos de terror, no me lo vendas como un puto libro de relatos de terror, aunque algunos lo parezcan, tengan los mismos ingredientes o hasta huelan igual. ¡Que no! Y no me pongas el título de Fantasmas al conjunto o el del título original Fantasmas del siglo XX (jugando con el nombre de la productora de cine 20th century fox). Además sabemos que Joe Hill es hijo del escritor Stephen King y nos lo venden como el renovador de la literatura de terror de este siglo. ¡Pero el puñetero libro no va de eso! Dejad de vender cosas que no son que después la gente se lleva un chasco por tragarse algo que no es. Porque yo soy capaz de tragarme lo que sea ¡solo pido que antes me avisen!
Fantasmas tiene relatos de todo tipo, básicamente es un pupurri de todo lo que el bueno de Joe Hill habría escrito por aquel entonces. De terror más bien pocos y con la mala ostia que algunos de ellos terminan de forma tan abrupta que me da la sensación que el señor Hill le dio pereza seguir con el relato y lo dejó a medio acabar. Nos encontramos relatos de todos los gustos y sabores con la única nota en común que no tienen nada en común entre ellos. Y esto es algo que me fastidia, si haces un libro de relatos como mínimo que tengan una base que los una, no solo que los haya escrito una misma persona (a no ser que sean todos los relatos que ha escrito un autor ya perecido, pero aún así los tendrás que organizar de alguna forma digo yo).
No quiero parecer muy negativo porque algunos relatos están bien, ojalá todos ellos se hubiesen dirigido por el mismo camino de locura surrealista por el que había ido el del niño hinchable. Por desgracia, para mi gusto, la calidad de todo el conjunto deja mucho que desear y todos esos premios que ha ganado este recopilatorio me parece a mí que se lo han dado al trabajo del relaciones públicas de la editorial o porque, muy a su pesar, todo el jurado sabía de antemano de quien era hijo el señor Hill.
Sé que soy muy duro o exigente pero eso es lo que pasa cuando me venden lo que no es: que en un principio yo me esperaba otra cosa y algo tan tan tan diferente a todo lo que había leído hasta entonces que al final las expectativas me han matado un poco. Y lo peor de todo esto es que aún odio cocinar.