Hace tiempo que no leía una novela de Agatha Christie y, con El tren de las 4.50, por fin he roto la mala racha.
Con tita Agatha me ocurre que no sé qué obras me he leído de ella en mi vida. Cómo que nunca había seguido un orden, algunas las habré leído un millón de veces y otras ni una. Con esta obra pondría la mano en el fuego que jamás la había empezado y que ésta ha sido mi primera vez. Pero no lo puedo asegurar a ciencia cierta porque he visto tantas veces su versión para la televisión que me sabía de memoria todo lo que iba a suceder.
Esto es una putada porque todas las imágenes y personajes del libro pasan a ser los que tengo ya vistos en la pantalla. La pobre Agatha ya me puede describir una mujer canosa y con cara de cerdo que si en la ficción habían elegido una modelo con una cara perfecta, como esculpida en una roca de mármol, pues yo que veo a esta preciosa actriz en vez de la canosa. Así que a la mierda todas las descripciones de los personajes que la señora Christie hubiese estado meditando y pensando durante meses en su pequeña casa de la playa, la serie de televisión se ha impuesto y ha conseguido nublar mi mente.
Puñetera caja tonta, ¡es un cáncer para el cerebro! Pero es bueno destacar que qué bien hacen las series estos puñeteros ingleses... aunque, tita Agatha tampoco lo hace nada mal esto de escribir novelas de misterio.
sábado, 15 de junio de 2019
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