Poco a poco voy consiguiendo mi hito de leerme toda la bibliografía de la señora Agatha Christie. Según el orden absurdo impuesto por la editorial Orbis en 1987 la siguiente obra que me tocaba era: La muerte visita al dentista.
Tengo un problema con las obras de misterio de Agatha y es que en algunas de ellas se le va la pinza más de lo deseado y su resolución me acaba importando un comino. Complica en exceso los motivos por los que tienen que morir sus personajes, metiéndolos en unos berenjenales que al final me acaban por aburrir y me sacan de la historia. Éste ha sido el caso de esta novela y mira que los motivos para matar a un dentista son infinitos. Y hay uno de muy evidente: es un puto dentista. No necesitas más argumentos, hasta un jurado (limpio de dentistas) seguro que absolverían al asesino. ¡Si hasta el pobre Poirot tiene miedo de su dentista!
En este punto podríamos abrir un paréntesis ( para comentar una de mis teorías sobre algunos detectives aficionados de la literatura o la televisión. Mi teoría versa sobre una de las situaciones que más me cargan de este tipo de detectives: ¿por qué parece que estos personajes son más peligrosos para la salud pública que la peste negra? Es que no es normal ¡allí donde van se cargan a alguien! ¡Es que no es lógico! Para que un detective ocioso participe en un nuevo caso no debería ser necesario el uso de las casualidades cuánticas de que justo al ir al supermercado a comprar la crema depilatoria muera asesinada de una forma cruel una de las cajeras. En teoría la gracia de un detective es que ya te llaman cuando hay un asesinato, no es necesario que los dioses lo fuercen. Pero Poirot tiene, como la Fletcher de la serie de TV Se ha escrito un crimen, ese don innato de matar a todos los que le rodean.
Y después de esta breve introducción ya puedo exponer mi tesis y expresar lo que siempre he sospechado: nuestros queridos detectives aficionados son, en realidad, los auténticos asesinos. Vamos, unos putos asesinos múltiples y unos auténticos depredadores de la vida humana. Luego con su labia prodigiosa engañan al más cuerdo y le endosan el muerto a algún desgraciado que, de forma increíble, confiesa un asesinato que no ha cometido.
Joder, no se tiene que ser un gran investigador para saber que si la única cosa en común que tienen un grupo de asesinatos desperdigados por el espacio y por el tiempo es que el detective Poirot o la Fletcher estaban presentes pues será que ellos son los verdaderos asesinos. ¡Joder, unos putos serial killers! En esta novela Poirot se inventa una explicación increíble para endosarle el muerto a otro y todo el mundo se lo cree porque él lo dice, ¡sin más! Pero yo continúo con mi versión y más plausible: el asesino del dentista es ¡Jessica Fletcher!
PD: Por cierto, en esta obra Agatha vuelve a sacar a la luz su trauma con las canciones infantiles y, para hacerlo un poco más evidente, usa los versos de una cancioncilla como títulos para los episodios. Lo dicho, estaba como un cencerro.
PD2: He estado hablando de la colección de Orbis de 1987 en las últimas entradas y puede que haya gente que se pregunte ¿de qué pollas me está hablando? Aquí pongo una foto de la portada de los susodichos libros y la razón por la que estoy siguiendo en este orden de lectura.
PD3: Esta postdata la he escrito años después solo para decir que ésta es la entrada con más visitas que recibe la página. Esto si que es un misterio y lo otro son tonterías.
martes, 20 de junio de 2017
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