Hace tiempo que no hago una entrada con los libros que me he leído pero he tenido un contratiempo y no he podido hacerlo antes. Ese contratiempo básicamente han sido las ganas, ya que he tenido muy pocas. Pues nada, el siguiente libro del mes ha sido Pasajero para Fráncfort (o Frankfurt) de mi admirada Agatha Christie.
Me lo leí porque una usuaria de Wallapop me lo recomendó (sí, en los portales de compra venta, a parte de hijos de mala madre que solo piensan en joderme la vida, también existen almas caritativas que me recomiendan libros).
La historia me pareció un puto truño pero lo que más me sorprendió (y me gustó) fue su introducción, así que en vez de dar mi opinión sobre el libro plagiaré esta introducción que la autora escribió en 1970 y que será mucho más útil para la humanidad.
Habla la autora:
La pregunta clásica que suele dirigirse al autor de un libro de imaginación, personalmente o por medio del correo, es la siguiente:
“¿De dónde saca usted sus ideas?”.
Se siente la tentación de contestar: “Suelo dirigirme para eso a “Harrods””, o bien: “Las extraigo, principalmente, de los Arsenales del Ejército y la Armada”, o simplemente: “Pruebo en “Marks y Spencer””.
Parece haber quedado firmemente establecida una opinión universal: la de que existe una especie de mágica fuente de ideas que los autores de libros saben cómo hacer fluir.
A una le cuesta trabajo hacer que sus interrogadores se remonten a los tiempos isabelinos, con Shakespeare:
Dime: ¿dónde nace la fantasía
¿Es en el corazón o en la cabeza?
¿Cómo empieza a alentar, cómo se nutre?
Contéstame, contéstame.
Una se limita a contestar con firmeza: “En mi cabeza”.
Lo cual, desde luego, no le sirve a nadie. Si el interrogador cae bien, una suele ablandarse, yendo un poco más lejos.
“Cuando una idea resulta particularmente atractiva y se piensa que se puede sacar algún partido de ella, se estudia, se le da vueltas, se trabaja, se “templa”, y se le da la forma gradualmente. Entonces, por supuesto, hay que ponerse a escribir. La cosa no tiene nada de divertida, pues implica un duro trabajo. Otra alternativa: la idea en cuestión puede ser guardad cuidadosamente en reserva para utilizarla transcurridos un año o dos.”
En general, se plantea una segunda pregunta. Bueno, se trata más bien de una declaración:
“Supongo que usted saca de la vida real la mayor parte de sus personajes”.
A esta monstruosa sugerencia corresponde una irritada negativa.
“No. Nada de eso. Me los invento. Son míos han de ser mis personajes…Hacen lo que yo quiero que hagan; son lo que yo quiero que sean…Viven gracias a mí; a veces tienen sus propias ideas, pero eso es sólo porque yo los he hecho reales.”
De manera que el autor ha producido sus ideas y los personajes. Pero ahora surge la tercera necesidad: el encuadre, el escenario. Los dos elementos primeros proceden de las fuentes internas, pero el tercero es externo…Tiene que estar ahí, esperando, existiendo ya. Una no inventa eso…Se encuentra a nuestro alrededor. Es algo real.
Usted ha hecho un crucero por el Nilo, y recuerda todos los detalles perfectamente, justamente el escenario deseado para determinado argumento. Ha comido en un café de Chelsea. En él hubo una riña. Una chica se peleó con otra y le arrancó unos cuantos mechones de pelo. Un excelente punto de arranque para el libro en proyecto. Usted está viajando en el Orient Express. Se pone a considerar el acierto que supondría convertirlo en el escenario de una historia de intriga. Usted toma el te con un amigo o amiga. En el momento de llegar a casa, el hermano de su amiga cierra un libro que ha estado leyendo y dejándolo a un lado dice: “No está mal, pero, ¿por qué no le preguntaron a Evans?”
Entonces, usted decide inmediatamente que el libro que piensa escribir próximamente llevará el título: “Pregunten a Evans”.
Ni siquiera sabe usted quién va a ser concretamente Evans. La figura de Evans quedará delimitada a su debido tiempo. De momento, el título supone un trabajo hecho.
Así, pues, en ciertos aspectos, una no inventa sus encuadres. Éstos pertenecen al mundo exterior, se encuentran a nuestro alrededor, existen ya…No hay nada más que extender la mano y cogerlo, después de elegir. Un tren, un hospital, un hotel londinense, una playa del Caribe, una aldea, una reunión de amigos, una escuela de niñas.
Sólo una cosa es aplicable, que tiene que estar por ahí, que ha de existir. Gente real, sitios reales. Un lugar concreto en el tiempo y en el espacio. Aquí y ahora…¿Y cómo lograr una información completa, aparte de la que descubren los ojos y los oídos de una? La contestación es terriblemente simple.
Se encuentra en lo que la prensa nos sirve todos los días, en lo que trae el periódico de cada mañana, bajo el título genérico de noticias. Escojamos la primera página. ¿Qué ocurre hoy en el mundo? ¿Qué se dice, qué se piensa, qué se hace por ahí ¿Levantad un espejo para que en él se refleje la Inglaterra del año 1970.
Fijaos en esa primera página cada día, a lo largo de un mes; tomad notas; consideradlas y clasificadlas.
Todos los días hay un crimen.
Una chica muere estrangulada.
A una mujer ya entrada en años le roban sus ahorros, insignificantes, hechos a fuerza de grandes esfuerzos.
Unos jóvenes, o unos chicos, atacan a alguien. O son atacados.
Unas viviendas y unas cabinas telefónicas del servicio público son asaltadas.
Contrabando de drogas.
Robos. Atracos.
Unos niños se pierden, son echados de menos. No lejos de sus hogares aparecen los cadáveres de unas criaturas asesinadas.
¿Puede ocurrir esto en Inglaterra? ¿Es Inglaterra realmente así? Una cree que no, que todavía no. Pudiera serlo, sin embargo.
Surge el temor: el temor de lo que puede suceder. No se trata ya de los hechos en sí, sino de las posibles causas motivadoras de los mismos. Es algo que se sabe o que no se sabe, que se siente. Y no solamente en nuestro país. Hay informaciones más reducidas en otras páginas, en las que se dan noticias del continente europeo, de Asia, de las Américas, de todo el mundo.
Secuestro de aviones.
Raptos.
Violencias.
Alborotos.
Odios.
Anarquía.
Siempre en orden creciente.
Todos parece conducir a adorar la destrucción, a hallar placer en la crueldad.
¿Qué significa todo eso? Una frase isabelina llega a nosotros desde el pasado, hablándonos de la vida:
…es un cuento
Referido por un idiota, lleno de ruidos y furia,
Que no significa nada.
Y, sin embargo, una tiene noticias también –por experiencia propia– de la mucha bondad que existe derramada por este mundo nuestro, de gestos cordiales, de acciones meritorias, de cortesía entre vecinos, de excelentes acciones llevadas a cabo por muchachos y muchachas.
Entonces, ¿por qué esta fantástica atmósfera de noticias diarias – de cosas terribles – que son hechos reales?
Me lo leí porque una usuaria de Wallapop me lo recomendó (sí, en los portales de compra venta, a parte de hijos de mala madre que solo piensan en joderme la vida, también existen almas caritativas que me recomiendan libros).
La historia me pareció un puto truño pero lo que más me sorprendió (y me gustó) fue su introducción, así que en vez de dar mi opinión sobre el libro plagiaré esta introducción que la autora escribió en 1970 y que será mucho más útil para la humanidad.
Habla la autora:
La pregunta clásica que suele dirigirse al autor de un libro de imaginación, personalmente o por medio del correo, es la siguiente:
“¿De dónde saca usted sus ideas?”.
Se siente la tentación de contestar: “Suelo dirigirme para eso a “Harrods””, o bien: “Las extraigo, principalmente, de los Arsenales del Ejército y la Armada”, o simplemente: “Pruebo en “Marks y Spencer””.
Parece haber quedado firmemente establecida una opinión universal: la de que existe una especie de mágica fuente de ideas que los autores de libros saben cómo hacer fluir.
A una le cuesta trabajo hacer que sus interrogadores se remonten a los tiempos isabelinos, con Shakespeare:
Dime: ¿dónde nace la fantasía
¿Es en el corazón o en la cabeza?
¿Cómo empieza a alentar, cómo se nutre?
Contéstame, contéstame.
Una se limita a contestar con firmeza: “En mi cabeza”.
Lo cual, desde luego, no le sirve a nadie. Si el interrogador cae bien, una suele ablandarse, yendo un poco más lejos.
“Cuando una idea resulta particularmente atractiva y se piensa que se puede sacar algún partido de ella, se estudia, se le da vueltas, se trabaja, se “templa”, y se le da la forma gradualmente. Entonces, por supuesto, hay que ponerse a escribir. La cosa no tiene nada de divertida, pues implica un duro trabajo. Otra alternativa: la idea en cuestión puede ser guardad cuidadosamente en reserva para utilizarla transcurridos un año o dos.”
En general, se plantea una segunda pregunta. Bueno, se trata más bien de una declaración:
“Supongo que usted saca de la vida real la mayor parte de sus personajes”.
A esta monstruosa sugerencia corresponde una irritada negativa.
“No. Nada de eso. Me los invento. Son míos han de ser mis personajes…Hacen lo que yo quiero que hagan; son lo que yo quiero que sean…Viven gracias a mí; a veces tienen sus propias ideas, pero eso es sólo porque yo los he hecho reales.”
De manera que el autor ha producido sus ideas y los personajes. Pero ahora surge la tercera necesidad: el encuadre, el escenario. Los dos elementos primeros proceden de las fuentes internas, pero el tercero es externo…Tiene que estar ahí, esperando, existiendo ya. Una no inventa eso…Se encuentra a nuestro alrededor. Es algo real.
Usted ha hecho un crucero por el Nilo, y recuerda todos los detalles perfectamente, justamente el escenario deseado para determinado argumento. Ha comido en un café de Chelsea. En él hubo una riña. Una chica se peleó con otra y le arrancó unos cuantos mechones de pelo. Un excelente punto de arranque para el libro en proyecto. Usted está viajando en el Orient Express. Se pone a considerar el acierto que supondría convertirlo en el escenario de una historia de intriga. Usted toma el te con un amigo o amiga. En el momento de llegar a casa, el hermano de su amiga cierra un libro que ha estado leyendo y dejándolo a un lado dice: “No está mal, pero, ¿por qué no le preguntaron a Evans?”
Entonces, usted decide inmediatamente que el libro que piensa escribir próximamente llevará el título: “Pregunten a Evans”.
Ni siquiera sabe usted quién va a ser concretamente Evans. La figura de Evans quedará delimitada a su debido tiempo. De momento, el título supone un trabajo hecho.
Así, pues, en ciertos aspectos, una no inventa sus encuadres. Éstos pertenecen al mundo exterior, se encuentran a nuestro alrededor, existen ya…No hay nada más que extender la mano y cogerlo, después de elegir. Un tren, un hospital, un hotel londinense, una playa del Caribe, una aldea, una reunión de amigos, una escuela de niñas.
Sólo una cosa es aplicable, que tiene que estar por ahí, que ha de existir. Gente real, sitios reales. Un lugar concreto en el tiempo y en el espacio. Aquí y ahora…¿Y cómo lograr una información completa, aparte de la que descubren los ojos y los oídos de una? La contestación es terriblemente simple.
Se encuentra en lo que la prensa nos sirve todos los días, en lo que trae el periódico de cada mañana, bajo el título genérico de noticias. Escojamos la primera página. ¿Qué ocurre hoy en el mundo? ¿Qué se dice, qué se piensa, qué se hace por ahí ¿Levantad un espejo para que en él se refleje la Inglaterra del año 1970.
Fijaos en esa primera página cada día, a lo largo de un mes; tomad notas; consideradlas y clasificadlas.
Todos los días hay un crimen.
Una chica muere estrangulada.
A una mujer ya entrada en años le roban sus ahorros, insignificantes, hechos a fuerza de grandes esfuerzos.
Unos jóvenes, o unos chicos, atacan a alguien. O son atacados.
Unas viviendas y unas cabinas telefónicas del servicio público son asaltadas.
Contrabando de drogas.
Robos. Atracos.
Unos niños se pierden, son echados de menos. No lejos de sus hogares aparecen los cadáveres de unas criaturas asesinadas.
¿Puede ocurrir esto en Inglaterra? ¿Es Inglaterra realmente así? Una cree que no, que todavía no. Pudiera serlo, sin embargo.
Surge el temor: el temor de lo que puede suceder. No se trata ya de los hechos en sí, sino de las posibles causas motivadoras de los mismos. Es algo que se sabe o que no se sabe, que se siente. Y no solamente en nuestro país. Hay informaciones más reducidas en otras páginas, en las que se dan noticias del continente europeo, de Asia, de las Américas, de todo el mundo.
Secuestro de aviones.
Raptos.
Violencias.
Alborotos.
Odios.
Anarquía.
Siempre en orden creciente.
Todos parece conducir a adorar la destrucción, a hallar placer en la crueldad.
¿Qué significa todo eso? Una frase isabelina llega a nosotros desde el pasado, hablándonos de la vida:
…es un cuento
Referido por un idiota, lleno de ruidos y furia,
Que no significa nada.
Y, sin embargo, una tiene noticias también –por experiencia propia– de la mucha bondad que existe derramada por este mundo nuestro, de gestos cordiales, de acciones meritorias, de cortesía entre vecinos, de excelentes acciones llevadas a cabo por muchachos y muchachas.
Entonces, ¿por qué esta fantástica atmósfera de noticias diarias – de cosas terribles – que son hechos reales?
Para escribir una historia en este año
del Señor de 1970, hay que llegar a un
acuerdo con el escenario de fondo. Si el
fondo es fantástico, entonces la historia
debe aceptarlo. También debe ser un
fantasía, una extravagancia. La
localización debe incluir los fantásticos
hechos de la vida cotidiana.
¿Se puede imaginar una causa
fantástica? ¿Una campaña secreta para
conseguir el poder? ¿Puede el maníaco
deseo de la destrucción crear un mundo
nuevo? ¿Se puede ir un paso más allá y
sugerir que esto se consigue por medios
fantásticos y que parecen realmente
imposibles?
La ciencia nos ha enseñado que no
hay nada imposible.
En esencia, esta historia es una
fantasía. No pretende ser nada más.
Pero la mayoría de las cosas que
ocurren en ella pueden suceder ahora o
tienen muchas posibilidades de ocurrir
en el mundo de hoy.
No es una historia imposible, sólo es
fantástica.